sábado, 3 de diciembre de 2011

Don Antonio, el abuelo de mi amiga Julieta, me desvirgó.

Me llamo Paula, ahora tengo 19 años y trabajo en la oficina de don Antonio Ponsio, el abuelo de mi amiga Julieta, su empresa es la principal fábrica –casi la única, las demás han cerrado por la crisis- de esta pequeña ciudad en la que todos nos conocemos

Soy soltera, y creo que lo voy a seguir siendo bastante tiempo, no quiero complicaciones, porque ya estoy bien como estoy, tal como sospecha mi amiga Julieta, desde bastante antes de entrar a trabajar para él como una de las auxiliares de su secretaria, soy también la amante de su abuelo desde que era una adolescente hace años. Digamos que creo que soy la "fija", porque es evidente que en sus viajes o ausencias temporales debe tener otros líos, o sea, que aprovecha todas las ocasiones que se le presentan.

De todas maneras, en la empresa trabaja también como adjunto a la dirección su nieto mayor y heredero, el hermano de Julieta, Daniel, de 27 años, don Antonio piensa que ya es hora que empiece a aprender a llevar la empresa de la que un día será el dueño. Daniel es un chico gordo, igual que su abuelo, y se pasa el día mirándome los muslos y los pechos porque yo soy, con mucha diferencia, la más joven y linda de las chicas de la oficina. Daniel está casado con una mina un año mayor que él, Sandra, heredera de una de las explotaciones agropecuarias más importantes de la zona. La gente dice que el matrimonio fue idea de un clérigo de la curia de la diócesis, amigo de las dos familias. Sandra y Daniel tienen ya un niño de seis meses que se llama antonio, como su abuelo. Tendría gracia que con el tiempo acabe yo siendo la amante del abuelo y del nieto, cosa bastante posible tal como me mira cada día Daniel, que me conoce desde niña por ser amiga de su hermana Julieta desde la escuela primaria…

Julieta no ha querido saber nada de la empresa, estudia para ser profesora de Matemáticas, y supongo que toda la vida, desde que éramos niñas, ha estado enamorada de mi, siempre que dormimos juntas me besa y me toca, y yo a ella, es muy agradable acariciarnos con ternura. El padre de Julieta y Daniel, el hijo de don Antonio, murió hace bastantes años en un accidente de tránsito al caer su coche por un acantilado por exceso de velocidad. Murieron él y la chica que le acompañaba, una joven modelo, en un escándalo que fue muy comentado en voz baja en la ciudad.

En este relato pretendo explicar todo lo que recuerdo del ya algo lejano día en el que don Antonio, mi actual jefe, el abuelo de Julieta, me desvirgó cuando las dos todavía estudiábamos en la Secundaria. Yo me puse a trabajar cuando tuve 17 años, don Antonio –mi amante- me paga la enseñanza profesional de administrativa y secretariado, y Julieta estudia en la Universidad la licenciatura en Ciencias y Matemáticas.

Todo pasó de una manera muy natural, casi sin darnos cuenta, aunque parezca una tontería decir esto. Hace falta conocer el ambiente de esta pequeña ciudad de provincias, todo son nieblas confusas, mensajes sobreentendidos, rumores, palabras musitadas, sonrisas reveladoras, miradas explícitas que te atraviesan. Yo era muy amiga de Julieta, habíamos ido juntas al cole, y siempre había entrado libremente con ella en la fábrica, en la que trabaja mi padre, y en la casa de su abuelo. Los años habían ido pasando, sucedieron muchas cosas, la muerte del padre de Julieta entre ellas, cosa que nos unió más y yo casi no salía de su casa, muchas noches la consolaba cuando ella no paraba de llorar. Fuimos creciendo, y dejamos de ser niñas, me salieron los pechos y se me marcó el culo, y en el espejo yo me daba cuenta de que me había convertido, igual que Julieta, en una chica muy linda aunque de un estilo diferente las dos, ella más bien tirando a un aspecto nórdico algo anoréxico y yo a chica latina de cabellos castaños y formas muy marcadas.

Y, claro, también se había dado cuenta don Antonio, el abuelo de Julieta. Noté que me observaba no como antes, no como a una niña, sino con la mirada de deseo hacia una mujer que ya conocía de verla en los ojos de los chicos del Colegio. Y me di cuenta aquel verano, cuando era evidente que siempre que estaba yo bañándome con Julieta y otras amigas del Colegio en la piscina de la casa de don Antonio, éste aprovechaba cualquier momento para acercarse y fotografiarme, especialmente los días que yo llevaba aquel minibikini negro que me queda tan bien. Me divertía pensar la gran colección de fotos mías y de las otras chicas que debía tener el abuelo de Julieta. Un día me confesó Julieta que desde que Margarita, su segunda esposa, veinte años más joven, se separó de él, su abuelo Antonio siempre va eso que se dice "caliente", y muchas veces se va a pasar un par de días a la capital, de la que vuelve siempre muy contento y alegre, por lo que Julieta supone que no va precisamente a encerrarse a rezar en el claustro de la catedral.

Y llego ya al núcleo del relato. Una noche que estuve durmiendo con Julieta, fui al lavabo, y coincidí con él en el pasillo, yo volvía y él iba.. Don Antonio vestía solo un pantalón de pijama muy elegante, y yo una camiseta hasta el ombligo y unas braguitas estilo tanga. Realmente era impresionante, ya le había visto yo muchas veces en la piscina en bañador y sabía que está muy gordo, pero era muy diferente tenerlo ahora, tan cerca, de noche y en pijama. Se quedó mirándome sonriendo, sin dejarme pasar. Yo me quedé parada con la mirada fija en el extraño tatuaje que don Antonio tiene en el brazo derecho. Al final, se apartó, y al pasar a su lado me dijo en voz baja "¡Hermosa!", y me dio un pellizco en el culo. Yo me giré, sorprendida, y vi de nuevo su sonrisa satisfecha, mientras me hacía un gesto obsceno que nunca habría esperado de él, me señaló a mi, después a él mismo, y entonces introdujo un dedo en un círculo formado por dos dedos de la otra mano. Me quedé muy parada, lo entendí perfectamente,e instintivamente, sin pensarlo, le enseñé el dedo mayor de una mano con los otros cerrados en forma de puño. Pero él no se enfadó, como respuesta aún hizo algo peor, me enseño la lengua moviéndose y se tocó el pene como si se lo estuviese meneando. Entré en la habitación con el corazón palpitando, no me creía lo que acababa de pasar, Julieta dormía pero aunque estuviese despierta no podía explicarle nada de lo que había hecho su abuelo, no pude dormir, cientos de imágenes me venían a la cabeza, entre ellas, naturalmente, las de don Antonio violándome en cualquier lugar de la casa.

Por la mañana, desayunando, yo evitaba mirarle y hablaba con Julieta, pero me di cuenta de que él no dejaba de observarme sonriendo. Yo sabía que no debía crear ningún problema, el abuelo de Julieta es una de las personas más importantes y respetadas de esta pequeña ciudad y mi padre trabaja en su fábrica. Nos fuimos al Colegio en bici, mientras a él su chófer le llevaba a la fábrica. En un momento de descanso, en el patio, me di cuenta de que me había llegado un mensaje al teléfono, que no había oído porque en el Colegio es obligatorio tenerlos apagados o en silencio. Vi que el remitente era "abuelo Julieta", y el corazón me dio un vuelco, y abrí el mensaje muy nerviosa. Y aún lo estuve más después de leerlo. Don Antonio me decía:

"Mañana viernes no tenes clase por la tarde. Te espero con el auto en el puente del tren. Tenemos que hablar. Julieta no estará, mañana subirá al pueblo a ver a su tía. No faltes"

Me faltó la respiración.don Antonio me daba una cita para el día siguiente. Y no podía engañarme, los gestos de la noche anterior indicaban bien claramente sus intenciones. Pero tenía que arriesgarme e ir, si no lo hacía podía perjudicar a mi padre, y tal vez alejase a Julieta, mi mejor amiga, de mi. Y todo fue pasando como en una película, de forma automática, como si yo tuviese que obedecer el guión que un misterioso escritor hubiese diseñado, como si todo fuese inevitable…

Cuando salimos del Instituto al día siguiente, el chófer de don Antonio esperaba a Julieta para llevarla al pueblo en el que vive su tía, a 60 kilómetros de esta ciudad, en el campo, a pasar el fin de semana. Y yo, que había dicho en casa que me iba a casa de Julieta toda la tarde, cosa que en principio no era ninguna mentira, pero, claro, no era toda la verdad, me fui caminando hacia el cercano puente, en el que la carretera que pasa por la puerta del Colegio cruza por encima las vías del ferrocarril cerca también de las paredes exteriores del cementerio. Ya cerca observé estacionado uno de los coches de don Antonio, uno de los pequeños que pasa desapercibido. Suspiré, dudé, pero al final vi que don Antonio me hacía gestos desde dentro del coche de que me apresurase. Creo que temía alguien le viese levantando cerca del Colegio sin Julieta. Yo iba vestida con una camisa corta que me dejaba el ombligo al aire y pollera estrecha que revelaba el inicio de la tanguita. En los pies, un calzado deportivo,sin medias.

Abrí la puerta del pequeño utilitario y entré. Don Antonio me sonrió, me pasó los dedos por el brazo e intentó darme un beso. Yo aparté la cara, pero sentí sus labios en mi mejilla. Mi corazón ya se puso a mil, todo estaba pasando muy rápido, la película avanzaba y yo parecía que no podía hacer nada más que interpretar mi papel. Arrancó, y por una calle secundaria nos dirigimos hacia uno de los barrios periféricos de la ciudad.

Unos diez minutos después, se paró delante de un edificio de apartamentos nuevo. Delante había una explanada y un bosquecito que daba al riachuelo que cruza el sur. Pulsó un mando que llevaba en la guantera y se abrió la puerta del garaje. Descendimos por la rampa y estacionó el pequeño auto en una amplia plaza que debía ser la que tiene asignada. Paró el motor. Yo me quedé quieta. No habíamos dicho nada aún ninguno de los dos. Y, entonces, de golpe, me llegó el primer ataque. Don Antonio se giró hacia mi, me atrajo hacia él e intentó de nuevo besarme. Me resistí, pero fui cediendo, hasta que noté que sus labios se aplastaban en los míos, y con gran asco me di cuenta de que el abuelo de Julieta introducía su lengua en mi boca. Introdujo su mano dentro de mi camisa y me apretó un pecho. Grité y él me tapó la boca con la mano, riendo. Bajó del coche y me abrió la puerta. Salí sin dejar de mirarle, y de nuevo dirigió la mano a mis pechos, pellizcándome un pezón. Me agarro de la mano y casi me arrastró al cuarto del ascensor. Introdujo una llave y lo llamó. Entramos. Marcó el botón del cuarto piso y me sujetó por la cintura, dejando caer la mano hacia mi culo. Me aparté cuando me atraía hacia él. El ascensor se paró, él abrió la puerta y, sin dejar de agarrarme por la cintura, me llevó a una de las cuatro puertas del replano, el apartamento 4º 1ª, me acordaré toda la vida. Sacó otra llave, abrió la puerta, entramos, cerró y se guardó las llaves en el bolsillo.

Estaba oscuro, don Antonio abrió la luz, me llevó de la mano hasta el comedor. No era una vivienda muy grande. Supongo que lo justo para sus intenciones y aventuras. Subió la persiana para que entrase luz. Por el balcón se veía la explanada, el bosquecito, la línea verde que marca el recorrido del río y, más allá, unos campos de cultivo ahora en barbecho y, lejos, los edificios de otra barriada popular de la periferia de la ciudad cercana a la fábrica de don Antonio. Eche una ojeada al apartamento. La puerta, un pequeño recibidor, la cocina a la izquierda, el comedor a la derecha con la salida al balcón, un pequeño pasillo que daba a un cuarto de baño sencillo, una pequeña habitación con una cama individual y un armario, y una habitación más grande con ventana al balcón, en la que había armarios empotrados, dos mesitas de noche, una cama amplia de matrimonio, -me estremecí al verla-, un tocador y un mueble bar junto a un televisor de plasma que colgaba de la pared. Don Antonio me llamó desde el comedor.

Me esperaba sentado en la mesa del comedor. Había traído de la heladera de la cocina una botella de champagne francés de la única marca que conozco por haber visto que a veces don Antonio se la bebía en la hamaca junto a la piscina de su casa. En la mesa había dos copas de cuello estrecho y cuerpo largo.

-Respetemos las tradiciones,Paula, -me dijo- las cosas buenas hay que celebrarlas.

Dudé un poco, pero me atreví a decir.

-Bueno, ¿qué cosas buenas tenemos que celebrar, don Antonio?

-No me vuelvas a decir don Antonio, soy el abuelo de Julieta, dime sólo Antonio, ¿Estamos,Paula?

-ok, Antonio, como quiera.

-"Como quiera" no, de usted no, de decime "como quieras", ¿entendes, nena?

Asentí con la cabeza y dije.

-Como quieras, Antonio

-¡Así me gusta, cariño! Ya vas aprendiendo…

Sentí una extraña sensación al oír llamarme "cariño". Es lo que le dice papá a mamá…

-¿Y qué cosa buena celebramos, Antonio? –repetí

El abuelo de Julieta se puso a reír y me miró fijamente.

-La cosa buena eres tú, claro, ¿qué te pensabas?

Siguió riendo y yo noté que las mejillas me ardían. Don Antonio volvió a reír y me dijo:

-Te has puesto roja, Paula, vamos a brindar.

Abrió la botella de champagne dejando escapar el tapón hasta el techo. Llenó las copas evitando que se hiciese mucha espuma e inició el brindis mirándome directamente a los ojos:

-¡Por Paula, la chica más hermosa y simpática de la ciudad!

Hizo que su copa chocase con la mía, bebió e hizo que yo también bebiese todo lo que había en la copa. La verdad es que estaba fresco y muy bueno, a mi no me gusta el vino, pero este champagne pasaba como agua, tan fresquito y con sus burbujitas picantes. Volvió a llenar las copas, y las bebimos mientras comíamos de todo lo que había en la mesa. La verdad es que estaba muy bueno y yo tenía hambre, o sea que me lo acabé casi todo yo, don Antonio también picaba, pero más bien se dedicaba a mirar sonriendo lo que yo hacía. Me sentía tranquila, el pica-pica de tapas y la bebida me habían sentado muy bien , aunque tal vez estaba un poco mareada, me iría bien ahora sentarme un poco a descansar. Don Antonio me dijo entonces, como adivinando mis pensamientos.

-Voy al dormitorio a descansar un poco, nena. Si queres limpia la mesa un poco, nos ahorraremos trabajo cuando nos vamos, y después venis, ¿te parece?

Yo asentí con la cabeza, aunque no había pensado en ir al dormitorio a descansar, prefería el sofá del comedor, que se veía bien cómodo. Y, además, aún sentía el escalofrío y la extraña sensación que noté al llegar, cuando recorrí el apartamento y al entrar en el dormitorio vi la cama de matrimonio… Yo intuía, presentía que… Pero ahora aquellos pensamientos se iban, lo que me dominaba era la necesidad de descansar, tal vez de dormir un poco. Sí, seguramente había bebido demasiado champagne, no estoy nada acostumbrada a beber cosas con alcohol, Julieta y yo sólo tomamos normalmente gaseosa y a veces agua.

Cuando acabé de limpiar el comedor, tomé un poco de agua. Miré por el balcón que las nubes se habían ido cerrando y tal vez pronto se pusiese a llover. Miré a mi alrededor y, no podía hacer otra cosa, me dirigí hacia la puerta del dormitorio, que estaba entreabierta. Igual don Antonio se había acostado a dormir la siesta y ya se había dormido. Entré… Había encendido la luz de la mesita de noche, porque la luz del día que entraba a través de las cortinas de la ventana era cada vez menor, parecía como si ya estuviese anocheciendo. Y le vi. Le vi y me sobresalté de la sorpresa. Tuve el impulso de salir corriendo, pero me quedé como paralizada. Don Antonio estaba sentado en el borde de la cama, mirándome con expresión divertida, aunque a mi no me hacía ninguna gracia. Fumaba un cigarrillo que dejaba en un cenicero encima de la mesita de noche. Vestía un elegante batín, de color rojo, supongo que de seda, que llevaba abierto, de manera que vi todo su cuerpo, su pecho y su vientre recubiertos de un abundante pelo blanco, una leve barriga, casi imperceptible, me indicó que se conservaba en buena forma física. Y después de la barriguita… Lo vi… Sentí como unas arcadas y ganas de vomitar… Allí estaba… En su pubis… Un pene potente, largo, ancho, erguido hacia arriba, sobresaliendo de unos testículos abultados como pelotitas en una larga bolsa que le reposaba en la parte superior de los muslos. Todo revuelto en un bosque de ensortijados pelos canosos… Y las piernas con los pies desnudos reposando en la alfombra que había en el suelo… Se puso en pie y se me acercó sin cerrarse el batín, con todas sus partes al aire, yo retrocedí asustada. Me miró de forma muy extraña.

-No tengas miedo, Paula, tranquila, no va a pasar nada malo, ven a descansar conmigo… -dijo mientras llegaba a mi lado y ponía la mano en mi hombro.

Yo cada vez estaba más atemorizada. Me acarició la cara, sus dedos eran largos, su mano estaba caliente y húmeda. Me llevó hacia él y me apretó contra su cuerpo. Intenté separarme, y me sujetó por la cintura con más fuerza, hasta que dejé de moverme, mientras don Antonio me seguía mirando de manera que daba miedo, con una sonrisa que era como una burla. Entonces me di cuenta de que el hombre me había desabrochado los tejanos y me los estaba bajando con una mano, mientras con la otra me sujetaba por la cintura. Cayeron al suelo, y quedaron al descubierto mis muslos y la braguita que cubría mi sexo. Entonces me soltó, se apartó medio metro y me miró.

-Estás buenísima, nena, pero eso ya lo sabes, ¿no? –me dijo mientras seguía observándome con una expresión asquerosa en los labios y los ojos.

Agarró el cigarrillo del cenicero y dio un par de caladas, exhalando el humo muy lentamente mientras seguía con los ojos fijos en mi, como si estuviese valorando qué hacer. Al final dejó el cigarrillo de nuevo en el cenicero de la mesita de noche. Me dio la espalda, y, en el borde de la cama, se quitó el batín, quedándose completamente desnudo. Vi su espalda, con el sorprendente tatuaje de un dragón y una corona en el omoplato, y el culo, con las nalgas fuertes y bien marcadas para su edad. Separó las sábanas y el cobertor de la cama, se giró –volví a verle desnudo por delante, con el pene aún más erguido que antes-, y se introdujo en uno de los lados de la cama de matrimonio, dejando evidentemente el otro lado para mi.

-Vamos,Paula, nena, no seas tonta, que ya no sos una colegiala de primaria, ya sabes, quítate la ropita y veni a acostarte conmigo, estamos solos y nos vamos a divertir, ya vas a ver… - y mientras hablaba, me señalaba con la mano el lado libre del lecho, incitándome a ocuparlo.

Ya estaba muy nerviosa. Me acerqué a la mesita de noche. Señalé el cigarrillo encendido.

-¿Puedo…? –dije, alguna vez Julieta y yo habíamos fumado en la habitación cuando estudiábamos para un examen que sabíamos que seguramente suspenderíamos.

Don Antonio puso una cara de una cierta sorpresa, e hizo un gesto de asentimiento.

-claro, nena, ya te lo podes acabar. ¿Queres que te encienda uno nuevo? –me ofreció.

Dije que no con la cabeza. Agarré el cigarrillo de don Antonio, hice dos caladas, y lo volví a dejar en el cenicero. Mientras tanto, el hombre había abierto la otra mesita de noche, había sacado una botella y dos pequeños vasitos, y me ofreció un poco de whisky. Alguna vez lo había probado, y no me gusta nada. Pero esta vez lo acepté, creo que lo necesitaba igual que el cigarrillo, tomé el vasito y me lo bebí de golpe. Seguía sin gustarme, pero noté un ardor agradable que me subía del estómago a la cabeza y que me quitaba parte de la sensación de pánico que me había invadido cuando don Antonio me bajó la ropa y me dijo que me desnudase y fuese a acostarme con él.

Él me continuó mirando, esperando a ver que hacía yo ahora. Y tal como estaban las cosas, habiendo llegado hasta allí, yo sabía que sólo podía hacer lo que hice, además, mi padre trabaja en la fábrica de don Antonio, y no quería perjudicarle si me peleaba con el abuelo de Julieta. Suspiré profundamente y empecé a subirme la camisa para quitármela.

-¡Muy bien! ¡Estás buenísima, cariño! –dijo el hombre cuando mis pechos quedaron al descubierto, y empezó a aplaudir de manera que casi me hizo reír.

No me podía creer lo que estaba pasando. Tal vez era el whisky el que me estaba dando ganas de empezar a reír, no sé. El caso es que me acerqué al borde de la cama, y, poco a poco me fui bajando la braguita, quedando ya completamente desnuda mientras don Antonio dejaba de sonreír al verme ya sin nada encima y me miraba con los ojos desencajados y expresión terrible en la cara. Ahora sí volvió a sonreír al tiempo que me señalaba de nuevo el lado libre del lecho y me dijo:

-Veni nena conmigo ya!

Me acerqué y me senté en el borde de la cama, de espaldas a don Antonio. Enseguida sus manos empezaron a acariciar mi espalda, mi cuello, y me estremecí cuando las pasó debajo de mis brazos hasta tomar mis pechos y apretarlos como si fuesen dos pelotas de goma. Me tiró hacia atrás, hacia él, hasta que quedé acostada en la cama a su lado. Se giró de costado a mi lado y empezó a acariciarme, besarme, lamerme… Sus manos siguieron jugando con mis pechos, apretando mis pezones, yo empecé a darme cuenta de que aquello me estaba gustando mucho, pasó los dedos por el estómago, jugó con el ombligo, bajó por el vientre, y, finalmente, empezó a acariciarme el pubis, el sexo, me hizo gemir cuando introdujo levemente sus dedos apretándome el clítoris, momento en que hasta grité del extraño placer que sentí. Fue entonces cuando me separó los muslos después de acariciarlos por dentro haciéndome unas enloquecedoras costillas, y se colocó encima de mi, dejando caer todo su peso en mi cuerpo. Me besó, introdujo la lengua en mi
boca.

-Te voy a cojer, nena, ¿me dejas?

Yo no contesté, sólo volví a gemir y le mire aterrorizada pero muy excitada al mismo tiempo. Debía salir corriendo, pero sabía que nunca lo haría, no lo quería hacer, deseaba continuar.

-¿Me dejas que te coja, Paula? –repitió- No quiero que después me digas que te eh violado a la fuerza… Si quieres lo dejo y no pasa nada, tranquila… ¿Me dejas que continúe?

Le miré, hice un gesto de asentimiento con la cabeza, como autorizándole a seguir. Y conseguí decir algo:

-No me haga daño, don Antonio…

-¿Ya no te acordas, pequeña? –me contestó, dejando ir gotitas de saliva en mi cara al hablar tan cerca de mi- No me llames don Antonio, sólo antonio o Toni…

-Por favor, Antonio, no… -gemí de nuevo mientras mi cara, mi cuerpo, mi piel ardía y enrojecía de excitación y miedo

Y entonces él pareció ya enloquecer, perder el control, satisfacer todos sus deseos. Dio una especie de rugido y empezó a zarandear mi cuerpo con una fuerza terrible mientras hacía conmigo cosas que nunca pude ni imaginar en un hombre como él, el abuelo de mi amiga Julieta, el dueño de la fábrica en la que trabaja mi papa. Yo me agarré a él, me abracé a su cuerpo, sentí su pecho apretando mis tetas, su vientre contra el mío, su pene refregándose claramente encima de mi sexo, crucé los muslos apretando los suyos y sus caderas, apreté su culo con mis manos, noté su aliento a tabaco invadir mi boca cuando me besaba, sus colmillos clavándose en mi cuello cuando me mordía como un vampiro mientras emitía una especie de gruñidos de diablo cuando el mordisco bajaba a mis pezones, los pelos d su barba mal afeitada se clavaban en la piel de mi cara, yo sudaba, lloraba, gemía, reía, mientras ya retumbaban, aún lejos, los truenos de una tormenta que bajaba de las montañas…

Sí, don Antonio parecía un demonio, una bestia fuera de control, me besaba y mordía la boca, el cuello, me lamía y yo a él, me chupaba y mordía los pezones de los pechos todo aquello me gustaba mucho, el abuelo de mi amiga Julieta era un monstruo que abusaba de mi pero sabía lo que tenía que hacer para que yo también gozase como nunca había podido imaginar, era terrible de ahogo y placer sentir todo su peso encima de mi, su vientre aplastado en el mío –sí, allí notaba que estaba también bien vivo y activo el pene de don Antonio-, su culo saltando adelante y atrás… Noté que sudaba mucho más que yo, me mojaba y me impregnaba de todos sus olores de perversión y lujuria de viejo crápula cojedor, yo también conseguía moverme aunque su cuerpo me oprimía como si tuviese un elefante jugando encima de mi… Don Antonio gemía y murmuraba cosas terribles que yo no acababa de entender del todo…

Y me di cuenta, de golpe, sorprendida, que sin apercibirme del todo, algo se metía ya en mi sexo, algo penetraba en mi vientre… Pensé que eran los dedos de don Antonio, como antes, pero, no, no podía ser, claro, sus dos manos estaban en mi cuerpo, en todas las partes de mi cuerpo, sujetándome, maltratándome y jugando conmigo, aquello que se metía, aquello que se metía, sí, claro, aquello que se metía en mi vientre, no era ningún dedo, era mucho más grande, era, era, ¡sí!, ¡era el miembro enorme que salía del vientre don Antonio!… ¡Oh, noo, claro !, ¡Era su pene! Sí, me estaba metiendo su gran palo, noté, asustada, horrorizada, que se abría paso, que estaba entrando en mi sexo, que era algo enorme, muy caliente y duro que se estaba introduciendo en mi cuerpo muy lentamente, cada vez más, estaba impresionada, paralizada, si, el momento que miles de veces me había imaginado sin saber cómo sería había llegado, el viejo me la estaba metiendo, me estaba violando, me estaba penetrando, me abría la entrada de la vagi

na, paraba, apretaba…

Me quedé paralizada, sin respirar, abrí los ojos, a punto de gritar, noté que me llegaba el pánico, el miedo, que debía de huir, pero no podía moverme, estaba quieta, le dejaba hacer, no sé qué me pasaba, estaba inmovilizada…Y, de pronto, sin que pudiese pensar en nada, sin poder reaccionar, un pinchazo en mi vientre, como si algo se hubiese clavado dentro de mí. Y dolor, mucho dolor. Dejé ir una especie de ¡aayyy!, que era entre un grito aterrorizado que se transformó en un prolongado gemido de desesperación, mi cuerpo se estremeció y crispó en una rígida convulsión, tiré la cabeza hacia atrás, apreté mis labios, volví a quejarme y llorar, pero el pene del viejo seguía metiéndose en mi vientre hasta lo más hondo de mi vagina, y me hacía daño, mucho daño mientras se introducía, de mi boca y de mi alma salieron gritos desgarrados que don Antonio silenció tapándome la boca con una mano mientras con la otra agarraba mi culo y lo apretaba contra su sexo, como ayudándose a clavar su pene aún mas en mi vientre, mientras yo sentía dolor, pánico, desesperación y notaba correr por mi cara las babas que se escapaban de excitación y placer de la boca del hombre…

Ahora, don Antonio se aprovechó a fondo del momento de su triunfo, ya me había desvirgado e introducido todo su pene en mi vagina hasta apretar ya su pubis contra el mío mientras yo chillaba de dolor y terror, me besó por todas partes, buscó mi lengua hasta morderla, me lamió la cara, me mordió con más fuerza el cuello hasta casi clavarme los colmillos, me chupó y devoró las tetas, me hizo todo aquello que le gustaba y le daba más placer, y empezó a moverse arriba y abajo, y su pene, entraba y casi salía de mi sexo, entraba y salía, entraba y salía, penetraba más profundamente hasta casi reventarme y volvía a salir al tiempo que su cara ardía y temblaba en una expresión satánica que daba un miedo mortal… Y rápidamente se fue produciendo un cambio que no me esperaba, todavía notaba mucho dolor cuando volvía a meterla hasta el fondo, pero me di cuenta de pronto de algo espantoso: a mi me gustaba sentir su pene dentro de mi cuerpo, era como un escozor indescriptible de dolor y placer notar el pene del abuelo de Julieta moverse adelante y atrás dentro de mi vientre, especialmente cada vez que llegaba al fondo de todo,, el dolor intenso que me dejaba sin respiración se mezclaba con un placer que me hacía agarrarme a su cuerpo con toda la fuerza que podía, todo el peso de su cuerpo encima del mío me ahogaba, pero me gustaba morir aplastada por él, saltaba arriba y abajo Cojiendo como un perro o un caballo, me movía por toda la cama al moverse enloquecida y salvajemente él, se aplastaba contra mi, gritaba como una fiera salvaje, me continuaba besando, mordiendo, y yo, y yo, moría, temblaba, sudaba, no respiraba, gemía, chillaba….

Nunca había estado tan desquiciada, tan excitada, tan aterrorizada como sintiendo el gran pene de don Antonio moverse dentro de mi cuerpo en aquel frenético entrar y salir… Me abracé con desesperación al abuelo de Julieta palpando y apretando todas las partes de su cuerpo ardiente, él continuaba moviéndose y saltando encima de mi gritando de forma cada vez más salvaje, respiraba jadeando como si le faltase aire, le besé, le mordí el cuello, apreté su culo contra mi vientre, casi hasta hacerme aún más daño cuando parecía que me iba a atravesar, me moví arriba y abajo, arriba y abajo, adelante y atrás, adelante y atrás, acompasando mis movimientos a los suyos. Era formidable y horrible, increíble y alucinante, su pene no dejaba de ensanchar mi vagina frotándose contra sus paredes, entrando y saliendo hasta hacer que esta se adaptase a él, entrando y saliendo una y mil veces, don Antonio jadeaba agotado de exasperación, gemía, me miraba con ojos asesinos, cerraba los ojos y babeaba tomando aire para continuar, me bañaba con su sudor, yo también seguía sudando, me gustaba y me dolía, no puedo explicar bien con lo que sentía, el placer de mil perritas cojidas por lobos y los escalofríos de la muerte…

Inesperadamente, de golpe, como un relámpago, don Antonio dejó ir un gemido más alto, casi como una queja desesperada, un estertor inhumano de bestia moribunda, como si algo explotase dentro de él… Se quedó quieto un momento, su cuerpo se puso como rígido, como duro, y luego empezó a moverse encima de mi saltando y gritando, muy acelerado, soltando espuma de saliva por la boca que caía en mi cara, mi cuello, mis tetas, yo sentía llegado ya el momento final, moría de placer, dolor, terror y sorpresa, ni él ni yo podíamos respirar, su pene entraba y salía de mi sexo a gran velocidad, me zarandeaba arriba y abajo y me aplastaba como si veinte caballos salvajes estuviesen galopando furiosos encima de mi, me maltrataba y yo reventaba y moría de dolor y placer, nunca lo había imaginado así…

Don Antonio empezó a gruñir aún más alto, gritaba, me llamaba puta y trola, se ahogaba como si le estuviese dando un ataque al corazón, me di cuenta, sorprendida, de que cada vez que ahora él pegaba uno de los tremendos empujones hacia adelante, clavándome el pene hasta lo más hondo que le permitía mi sexo de adolescente, un líquido muy caliente me entraba a borbotones, como un río que estaba inundando el interior de mi vientre, me notaba mojada, un mar ardiente desbordaba de la vagina y me salía del sexo hacia los muslos y las sábanas… Me di cuenta de que el hombre se estaba "corriendo" en medio del más brutal orgasmo y explosión de placer infernal y yo clavé mis uñas en el cuerpo del abuelo de Julieta, en su espalda, en su culo, y también exploté, grité enloquecida, gemí desesperada, me quejé, me puse a jadear ahogándome, me moví tan rápida y salvajemente como él, le besé, le mordí en el pecho, en el cuello…

Mil demonios nacían y explotaban también dentro de mi, no podía respirar y perdía el conocimiento asfixiada, y aquello seguía, seguía, ahora era yo quien movía al viejo al saltar arriba y abajo sin parar, hasta que me di cuenta de que estaba empezando a quedarme quieta, ya no podía más, mojada como si estuviese dentro de una piscina, poco a poco me calmaba y dejaba de moverme, don Antonio ya estaba quieto encima de mi, como muerto pero respirando con mucha dificultad, sin aire en los pulmones, aplastando mi cuerpo con el peso del suyo, los dos nos asfixiábamos desesperados bañados de sudor… Yo le estaba acariciando la cabeza, estaba mojada por dentro y por fuera, sucia de sudor, que un líquido caliente salía de mi vientre, mezcla de sangre de mi sexo desgarrado y semen de su pene, el hombre estaba inmóvil, encima de mi, intentando tomar aire y respirar… Por un momento temí que don Antonio acabase finalmente muriendo de placer y agotamiento allí, con el pene todavía dentro de mi cuerpo y sus arterias del cerebro y el corazón reventadas por la tensión del tremendo orgasmo al que había llegado desvirgándome y cojerme con toda la violencia de la locura y el deseo…

Todo fue quedando en silencio, él aún jadeaba y suspiraba, pasó un tiempo, unos minutos y lo aparté un poco, hice que se pusiese de lado para poder respirar yo mejor, su peso aún me aplastaba, sentí como su pene, ya desinflado salía de mi sexo al moverlo de encima de mi… Se quedó pegado a mi cuerpo puso su mano en mi sexo y se dedicó a chuparme el pecho que le quedaba más cerca de la boca, después el otro, yo me atreví a agarrar su pene con la mano, a palpar sus testículos… Don Antonio dejó ir una especie de ronroneo de gato viejo y feliz, hasta que se quedó quieto, giré mi cara para buscar la suya y vi que se había dormido, su aliento daba en mi cuello, el calor de su cuerpo cubría de lado el mío, llevé su mano a mi sexo y la dejé allí, me toqué, me toqué allí y en las tetas…

Pasó un rato largo hasta que pude reaccionar y empezar a moverme. Estaba cansada, muy húmeda de sudor, saliva, semen, sangre, desgarrada, agotada, me costaba respirar, dolorida, muy dolorida en la zona del vientre, me hacía daño el sexo, la vagina, las tetas, los pezones pellizcados, el cuello y la cara mordidos. Me levanté sigilosamente, salí de la habitación sin hacer ruido para no despertar a don Antonio, el hombre que me acababa de cojer y me fui hacia el lavabo del departamento… Me miré en el espejo del cuarto de baño. Estaba hecha un desastre, despeinada, los ojos llenos de lágrimas, llena de sudor, con las babas y la saliva del viejo en mi cuerpo, el dolor que no cedía y un escozor creciente en mi vagina irritada, mis muslos manchados del semen mezclado con sangre que salía de mi sexo y corría hacia abajo por las piernas… Sí, lo había hecho por primera vez, al final el abuelo de Julieta había conseguido lo que yo imaginaba hacía tiempo que pretendía hacer conmigo, desvirgarme… Lentamente entré en el baño y abrí el grifo de la ducha para limpiarme un poco…

Cuando volví a la habitación, don Antonio continuaba durmiendo bastante ya más tranquilo, respiraba mejor, pero aún roncaba de forma intermitente, como si en algún momento dejase de respirar. Su pene, muy ancho y largo, estaba ahora flácido entre los dos muslos, pasando por encima de sus grandes testículos cubiertos de pelos blancos. Un líquido blanquecino aparecía por la abertura que dejaba su prepucio para permitir la salida del glande. En el lugar en el que estaba yo, una mancha viscosa blanca y roja marcaba el lugar por donde el semen del hombre y la sangre de mi himen habían salido de mi vagina y escapado entre los muslos hacia la sábana. Suspiré y volví a llorar al darme cuenta de que ahora sentía asco y vergüenza de mi misma al ver al viejo que acababa de follarme y hacerme todo lo que quería. Me puse la braguita y me asomé a la ventana. Llovía intensamente.

Estuve un rato largo mirando cómo la calle se inundaba de agua, e incluso el fulgor de un relámpago y el estruendo del trueno del rayo cercano me cegó por unos momentos e hizo retumbar todo el edificio. Momentos después noté que alguien me agarraba por la cintura y me apretaba un pecho al tiempo que me mordía en el cuello. Me volví. Don Antonio, que se había despertado por el trueno, me atrajo hacia él, me estrechó en sus brazos y volvió a besarme. Al cabo de unos momentos, me tomó de la mano y me condujo de nuevo hacia la cama. Me dejé llevar, se estiró en la cama y me colocó encima de él, sentada con mi culo reposando en sus piernas, mis muslos abiertos con las piernas flexionadas y mi vientre apretando su sexo.. Me atrajo y me apretó contra su cuerpo mientras su pene se introducía de nuevo en mi sexo..
Justo cuando estalló otra vez un trueno terrible después de la caída cercana de un potente rayo, su pene empezó de nuevo a moverse frenéticamente en mi vientre mientras con las manos apretaba mis tetas con una fuerza que me hacía mucho daño…

Dos horas después, ya vestidos, estuvimos un rato sentados en sofá del comedor, él me acariciaba, me daba besitos y me consolaba lamiendo mis lágrimas mientras pasaba su mano por mis pechos, mi cintura, mi sexo… El abuelo de Julieta al final me dijo que ya era tarde, que tenía que volver a la fábrica porque tenía que arreglar unos asuntos antes de que acabase el día. Nos fuimos en su coche. La tormenta había pasado y volvía a lucir el sol de la tarde. Casi no hablábamos, tan solo me tocaba los muslos y me sonreía como burlándose un poco de mi. Cuando me dejó cerca de mi casa, me dijo que me llamaría por teléfono para volver a vernos.

Y nos seguimos viendo, claro. Sin esperar mucho, me llamó al día siguiente, claro, al parecer lo había pasado muy bien desvirgándome. Y así hasta hoy, en que nos vemos cada día, trabajando en la fábrica o cojiendo en la habitación de su departamento, aunque tal vez se le noten algo más los años ahora que aquel día, ya se toma las cosas –las cosas de la cama- con algo más de tranquilidad que la furia salvaje que mostró el día que me desvirgó… A veces se conforma con dormir bien abrazados los dos desnudos, aunque tiene días que todavía tiene un empuje que sorprende por la potencia y brutalidad con la que me agarra, me penetra y me posee tan enloquecido como aquella primera vez..

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